Dedico esta reseña, a la memoria del escritor Arturo Alape y a mi estudiante Kevin Eduardo Restrepo, del grado 10- A, quien ha leído con fruición la mayor parte de la obra de Arturo Alape y desea ser escritor como él. (En estos momentos Kevin lee: Mirando al final del alba).
"Aquí me tienes, vine a cumplirle a tus muchachos" Así me saludó Arturo Alape, mientras le abría las puertas del colegio. En realidad, Alape era el seudónimo de Carlos Arturo Ruiz.
Cuando lo vi llegar, también descansé, pues la expectativa de mis estudiantes era alta, porque hasta ese entonces, en 23 años de fundación del colegio Santa Teresa de Jesús Fe y Alegría, nunca un escritor de la magnitud de Arturo Alape, los había visitado. Es más, llegaron a dudar que un personaje como él, los visitara. Lo más tenso, es que en mí, recaía el reto de sostenerlos en la ilusión, deseaba demostrarles entre otras cosas, que el panorama de los escritores, no es el intocable Olimpo de los dioses griegos, que tanto ellos como nosotros, somos seres humanos con valores, carencias y sueños.
Recordemos, que el escritor, provenía de un suburbio caleño, del cual nunca se avergonzó, por el contrario, lo asumía con orgullo. Alpe, nació en pleno centro de Cali, cerca a la estación de policía Fray Damian, como quien dice, plena "olla".
En Bogotá, vivió la mayor parte de su tiempo y realizó un trabajo de escucha y escritura con los jóvenes de Ciudad Bolívar. Sus libros: Sangre Ajena y Ciudad Bolívar: la hoguera de las ilusiones. Son el fruto de esos talleres- conversatorios.
Pero Alape, para responder a las expectativas de centenares de corazones que querían escucharle, se dirigió por separado, a los mayores entre los grados 8º a 11º. Les compartió experiencias como escritor y pintor. De allí pasó a la biblioteca, y como todo abuelito, se sentó a leerles a los pequeñines de pre-escolar y primaria (despreció silla mecedora, pues ya le costaba trabajo levantarse) Distribuyó su tiempo en dos momentos. En el primero, narró la historia de la araña tejedora y el segundo momento, con libro en mano, leyó, El Caimán Soñador, de su autoría y dedicado a su hija menor, Paloma. Quien ronda los 16 años.
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Entonces Arturo Alape, se internó en el monte, creyendo seguir sus sueños, pero el paludismo, lo sacó por el río en una canoa hasta la civilización, con altas calenturas. Y en esas, tuvo una visión que le mostró su verdadera vocación, ser escritor, historiador y pintor. Por eso, los libros de Alape, siempre nos hablan del rumor del río. Pero también nos hablan, de pasos en los techos, pues de niño, en los toques de queda en 1948, nunca supo de quién eran esos pasos, pues no los dejaban salir. Para averiguarlo escribió El Bogotazo, el libro que lo hizo famoso. Siempre se preocupó por la falta de memoria de los pueblos y por la historia patria no contada, la de los perdedores, de los eternamente fugitivos y del amor al prójimo. Su gran dolor de vida, fue no conocer a su padre. Su madre Tránsito, siempre le decía: tu padre era muy inteligente y se fue en un tren huyéndole a la violencia. Por eso, en su obra, aparecen las esperas de niños por sus padres, a veces a la orilla de la carrilera, trenes que nunca traen al padre.
Cuando le preguntamos cuál era la diferencia entre ser escritor y ser pintor, Alape, respondió, que la diferencia radicaba en la posición, es decir, escribía y leía sentado y pintaba de pie.
Murió en Bogotá, partió con la esperanza, de encontrarse en la estación de la muerte con su padre.
Su última voluntad fue, que lo devolvieran a ésta, su ciudad, que lo incineraran y lanzaran sus cenizas al viento, desde el Cerro de Cristo Rey. No pudimos ir. Su hijo Manuel, en contra de muchas voluntades, se empeñó en que esta despedida fuera privada y no pública.
Sus amigos de Cali, lo vimos por última vez, el 7 de agosto de 2006, cuando vino a la Biblioteca Departamental, a conmemorar los 50 años de la explosión de los siete camiones de dinamita, en las antiguas bodegas del ferrocarril. Tema del que fue amplio conocedor.
Todos sentimos en aquella vez, el adios definitivo con el escritor y amigo.
Alguien entre charla y desgarro le dijo: "Alape, ya estás viviendo con Sangre Ajena". Lo dijo, porque Alape, estaba en la fase terminal de la leucemia y sus últimos meses los sobrevivió gracias a transfusiones sanguíneas. Dos meses más tarde murió. Él, no quería irse, tenía entre manos, rescatar la memoria caleña, así como lo hizo con Memorias del olvido, otra manera de llamar El Bogotazo.
Gracias, Arturo, por haber elegido nuestro colegio Santa Teresa de Jesús Fe y Alegría Regional Cali, para tu última presentación pública.
Gracias, ante todo, por mostrarnos la vocación de la escritura y la educación, a favor de una sociedad más equitativa y solidaria.
Aquí estás Alape, presente en esta brisa caleña.
Tus amigos y amigas te recordaremos siempre.
Ángelarosa
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